La función de la dirección es algo que ha concentrado mi atención y gran parte de mi carrera como estratega de gerencia durante décadas. En modesta apreciación, se diría que demanda algo más que alto conocimiento, experiencia y competencia. Algo que en definitiva exige o debiera exigir más, muchísimo más… debería exigir valor, mucho más valor.
A veces pareciera que todos han querido olvidarlo, nadie quiere decirlo o casi ninguno oírlo. De hecho nunca he recibido ese pedido, lo que me resulta muy extraño como descubridor y desarrollador del talento directivo pues representa, en megadosis, la condición inherente para toda persona que supone saber cómo conducir personas.
Cuando las circunstancias se vuelven críticas, caóticas e intimidantes, como las del escenario mundial actual, pocos quieren aceptar cargos importantes o delegaciones desafiantes. La mayoría prefiere un espacio poco notorio para evitar estresarse (entiéndase “quemarse”) y conservarse el mayor tiempo posible en funciones. Realmente dar un paso al frente, no es lo primero que harían.
Ahora mismo, muchos encontrarían ofensivo que alguien pretenda colocarles al frente de una embarcación que se hunde, una nave que se cae, un vehículo que se estrella. Para ellos equivaldría a un serio desconocimiento a su valía. Eso sí, siempre serán los primeros en la cola de aspirantes al mando cuando el sol brilla, el viento es calmo y las aguas mansas.
Personalmente, creo que estas personas se equivocaron rotundamente de carrera. Ellos eligieron mal y otros los eligieron equivocadamente. Lo siento, pero quienes me conocen saben que el único sentido de mi presencia es orientar las realidades que todos eluden… y lograr objetivos con estrategia. Una compañía contrata un manager para, justamente, tener alguien capaz de prever y enfrentar los desafíos cuando estos lleguen, superarlos y hacer realidad lo que otros creen imposible.
Un directivo, un empresario, un estadista está donde está no solo para gobernar en la serenidad y en la abundancia, eso es lo fácil del trabajo, sino precisamente para conducir en la adversidad y en la desgracia, más aún, para anticipar y preparar a sus dirigidos en diseñar planes de contingencia. Esto precisa mucho valor para arriesgar su carrera y tomar decisiones sin buscar agradar, sino liderar y hacer lo difícil. Para estos últimos, por lo contrario, esa es toda la razón de su posición, es su verdadera ambición, es toda su aspiración… es su gran momento.
«Un gerente sabe qué hacer.
Un líder hace que todos sepan hacer.
Un estratega aparece cuando nadie sabe qué hacer».
CAN
He tenido la buena fortuna (gran infortunio dirían algunos) de acompañar los momentos más solitarios de incontables empresarios; momentos tormentosos de oscuridad absoluta, de cambios dramáticos, de crisis agudas, de traiciones dolorosas y derrotas amargas. Sin embargo, en muchos de los casos vi estas personas transformarse frente a mis ojos, en titanes instantáneos que asumían el mando de sus naves con determinación, la crisis no se delega, como si conocieran el camino y sin dubitar, sostener el rumbo hasta alcanzar algún breve punto de control que les permita recobrar fuerzas, respirar para sí y alentar a los demás inspirando confianza pero, principalmente, evaluando sus recursos vitales: oxígeno, agua, alimento y abrigo. Saben que con esos items en stock y el infinito ingenio humano, siempre es posible remontar hasta la más adversa situación.
Luego y rápidamente convocan nuevas voces, nuevos saberes, sin apenarse por la vergüenza ajena del personal de confianza. Están en modo jefe, capitán, alpha. Escuchan con sensatez y sin egos e inmediatamente cambian de objetivos, trazan nuevos planes y líneas de acción extraídas de alguna especie de experiencia sin antecedente. Avanzan recibiendo golpes pero sin perder el paso hacia adelante, marcando la nueva ruta, tomando muchas decisiones erróneas (¿quién acierta todas en la incertidumbre?) pero tomándolas, sin dejarse paralizar por el miedo o por las voces temerosas que sugieren prudentemente esperar a que pase la tormenta y todo vuelva a la normalidad. Jamás…intuyen que eso puede ser más peligroso.
En fin, necesitaría un año entero para resumirlo todo, estas valientes personas que saben sonreír en público y luchar en privado, terminan transformando las amenazas en oportunidades y se convierten en fuente inagotable de energía e ideas para sus colaboradores, brindándoles claridad y una nueva visión hacia la cual dirigirse con renovadas fuerzas, demostrando una increíble destreza para salir siempre airosos, muchas veces vencedores y hasta en ocasiones gloriosos, tras los fracasos iniciales.
De hecho, en tres décadas nadie nos ha pedido y menos exigido buscar o formar managers valientes. Gente que ponga el pecho en lugar de poner sus curriculums en otra compañía. Por esta razón, en DIRECCION ESTRATEGICA nos hemos auto impuesto durante los últimos 20 años, hacerlo así por principio y contribuir al diseño de empresas ganadoras a través de la elección, formación y desarrollo de una clase directiva a prueba de tormentas e idónea para manejar cambios con estrategia, pasión y mucho valor.
Todo lo demás lo puede hacer cualquier profesional con suficiente habilidad y calificación, pero tomar el timón con firmeza y reclamar su propiedad cuando todos se colocan de perfil y prefieren solo discutir o huir… eso es un acto, una decisión, una vocación solo apta para auténticos gerentes, líderes y estrategas.
Finalmente, haber compartido y atesorado estas valiosas experiencias en el pasado con nuestros valerosos clientes, mis verdaderos maestros, es todo el capital de conocimiento acumulado que puedo ofrecer en el presente y mi legado para las futuras generaciones de directivos que aspiran no solo dejar una huella innovadora en los negocios o en las mentes de sus seguidores y clientes, sino una muy profunda en sus propias historias, para trascender en el tiempo y a su propia época, como los grandes.
Carlos A. Navarrete