En julio de 1969, tuve ocasión de ver despegar el APOLO XI desde Cabo Cañaveral, en la que significó la primera transmisión vía satélite a todo el mundo y que dejo a 3 mil millones de nosotros fascinados de por vida. Aquel día nació también mi admiración por las estrellas del firmamento y que hoy se ha trasladado hacia otra clase de astros… los que iluminan el mundo del Management.
En términos más terrícolas, en el espacio corporativo global se libra hoy una gran competencia por atraer y retener a las personas más talentosas, en el propósito de obtener mejores desempeños y en la presunción de que estas brillantes personas puedan facilitar, como los astronautas de NASA lo hicieran con la Luna, el logro de sus objetivos más ambiciosos, ganar nuevos espacios de negocio y, por supuesto, poner el primer pie en el futuro de sus mercados y conquistar más clientes.
Sin embargo, esta misión puede resultar más titánica que la de Neil Armstrong. Como lo demostró Copérnico en 1523, no es la tierra la que atrae al sol, nuestra estrella vital, sino este gran coloso el que atrae a nuestro planeta y todos los demás. Este inquietante conocimiento para su época, terminó de quebrar el milenario paradigma del geocentrismo, para siempre.
De nuevo, si aterrizamos ideas un poco más, debes entender algo en primera instancia. Ni tú o tu compañía pueden atraer una verdadera estrella. Eres tú quien debe sentirse inevitablemente atraído por ella, admirarla y hasta adorarla; como lo hicieron múltiples y sabias culturas de la antigüedad. Una gran estrella como el sol, solo te brindará los beneficios de su vital energía si tú eres quien se acerca, por que su fuerza de gravedad es simplemente mucho mayor (28 veces) que la de la tierra. Lo mismo podría decirse pasa con los grandes astros del management y los planetas empresariales.
Ahora, en segunda instancia el asunto se pone más dramático aún. Si atraer una estrella es algo imposible para un planeta (o empresa) como el nuestro, a decir de los astrofísicos, más improbable resulta atrapar una. En todo caso, las únicas que nuestro planeta sí puede atraer y luego retener en suelo terrestre, son las estrellas fugaces. Pero ya sabemos todos lo frustrante que resulta siempre su efímero brillo.
Pasa casi exactamente lo mismo cuando descubrimos un talento fugaz en nuestros negocios. De hecho, no son tan difíciles de atraer a nuestro campo gravitacional, porque no son auténticas estrellas, no son esas personas talentosas y estelares que buscamos y necesitamos para conquistar nuevos mercados y clientes o elevar y multiplicar valor y rentabilidad. Por tanto, los resultados siempre terminan revelando sus verdaderas competencias.
Definitivamente, en modesto y sencillo intento de tratar de comprender cómo podría funcionar y como aplicar estos principios de la naturaleza en nuestros negocios, pretender atrapar una estrella no es solo una idea utópica e inútil tarea, es algo contradictorio y anti natural. Piénsalo un instante, si logras atraer una y retenerla, lo más probable es que solo atraparas una de las fugaces. No podría ser verdadera. Tu no puedes atrapar y retener una estrella de la innovación, del ingenio o de la creatividad, y si pudieras no debieras hacerle eso, porque el brillo de su talento no debe limitarse sino alentarse y elevarse. Más aún, si termina abandonando la esfera gravitacional de tu compañía, muy probablemente tampoco era una real estrella.
Si logramos atraer una de estas fantásticas personas lo que sí podemos aspirar es conquistar su voluntad, su espíritu y su deseo de brindarnos lo mejor de su extraordinario potencial, mientras está de paso entre nosotros. Eso ya sería más que suficiente hazaña. Ahora, si logramos sellar indeleblemente el efecto de su tránsito y experiencia en nuestras organizaciones, eso si sería una conquista colosal, porque llevarían nuestro nombre, nuestra marca, nuestra historia consigo y los harían brillar junto a ellos… hasta los confines de sus exitosas carreras.
Por ello y atravesando ya la tercera década del siglo XXI, aquel viejo y admirado adagio de atraer y retener talentos que primaba décadas atrás, debe dar paso rápidamente a un nuevo y más estratégico paradigma: DESCUBRIR y CONQUISTAR, gente talentosa.
Descubrir, para encausar y alinear nuestra órbita con la suya. Es decir, conectar con sus aspiraciones e ilusiones más profundas con las nuestras. Conquistar, para motivar y merecer su máximo desempeño al servicio de nuestras metas más desafiantes. Es decir, despertar toda su brillante energía para generar una sinergia incontenible de mutuas aspiraciones y que nos conduzcan al éxito conjunto. Esa gran proeza nos significaría… la conquista del talento.